EL GRAN SALTO DE FE

Atrapados en la historia no es posible ver la salida de la historia. Es como estar en un laberinto que se va reconfigurando según lo andamos. He observado que aquí está el quid de la cuestión. Es necesario un salto de fe en la dirección absolutamente opuesta a la que marca el ego con su poderosa inercia. Hacer este salto de fe en contra del ego, desde él, es empezar a caminar hacia la salida del laberinto, pero es también lo más difícil de todo el camino. Un acto de fe requiere esencialmente fe, y el ego no entiende de estas cosas intangibles y escurridizas que no están probadas y no garantizan un resultado medible. Así a través de este escepticismo que nace de la cobardía, queda justificada la continuidad de la historia y nos metemos cada vez más dentro del laberinto, con lo que el acto de fe necesario para salir de él será gradualmente mayor.

Pero la sabiduría de la vida es absoluta, solo contrarrestada por la testarudez humana, que en algunos casos también parece absoluta. Y ocurre que según nos adentramos más y más en el laberinto de nuestra historia, el camino se va haciendo cada vez más estrecho e intransitable, hasta que por fin la vida nos enfrenta con la bifurcación definitiva: o me acabo perdiendo en el laberinto hasta desaparecer, o me rindo y me entrego a la voluntad de la vida. Muchas personas necesitan llegar a ese lugar para por fin realizar el acto de fe y dar el gran salto en la dirección opuesta a la que el ego les estaba marcando. Ese salto transformador siempre es hacia dentro.

Me gusta observar cómo la dirección hacia el interior es la misma para todas las personas y sin embargo es la opuesta entre dos personas. Si yo voy hacia dentro, y tú también, los dos vamos al mismo lugar, pero en direcciones opuestas. Es el equilibrio mágico que se alcanza cuando cada ser humano vuelve a su identidad esencial, mucho más allá del ego, sin necesidad de rechazarlo ni oponerlo, sólo de mirarlo, atravesarlo e integrarlo. En ese lugar nos reencontramos y nos reconocemos todos, independientemente de nuestra historia y nuestras ideas, que ya no tienen el poder de separarnos.

¿Cómo se da ese salto de fe? Empezar con una pregunta es un buen comienzo, porque en realidad, he comprobado que es desde la ignorancia que inspira la pregunta, desde donde empezamos el camino. ¿Has observado que hay preguntas de verdad y preguntas de mentira? Las primeras son el puente entre no saber y empezar a descubrir, las segundas son la excusa para seguir alimentando nuestra historia y las ideas sobre ella que ya tenemos. Esas no nos sirven en este viaje. Así que cuando te preguntes algo, asegúrate de hacerlo desde el lugar adecuado. Igual que los niños que superados por su curiosidad incontenible lo preguntan todo y escuchan atentos la respuesta, que normalmente les traerá más preguntas. Porque cierto es que cuanto más profundizamos en la exploración de nuestra ignorancia, más disfrutamos de ella, y menos miedo nos da preguntar.   

Las preguntas requieren un espacio en el que surgir. Una mente llena de pensamientos compulsivos difícilmente va a generar ese espacio de oportunidad. Así que empezaríamos por ahí, creando el espacio para las preguntas. Cuando necesitamos hacer sitio en un armario para guardar algo, sabemos cómo hacerlo. Es así de simple. Empecemos por hacer sitio en nuestra mente. Recuerda que de momento es solo un acto de fe. El resultado medible vendrá con el tiempo. Te aseguro que vendrá.

Thich Nhat Hanh, monje budista, maestro zen recientemente fallecido,  (https://plumvillage.org/es/thich-nhat-hanh/) decía que la consciencia se sostiene en dos pilares, como el pájaro necesita dos alas para volar: Samata (quietud y silencio) y Vipasana (mirada interior para el entendimiento). Estos son los elementos del viaje interior. El más apasionante que cualquier ser humano puede realizar, y el que mejores resultados puede traer a su vida, aunque no sean medibles según las escalas más populares del ego.

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