AL SERVICIO DEl sirviente

Las neuronas en nuestro cerebro se comunican entre ellas mediante la sinapsis o descargas eléctricas. Tenemos unos 86.000 millones de neuronas trabajando para nosotros permanentemente. La mente, al menos en ese contexto, es el cerebro en funcionamiento. Yo soy el amo, mi mente es mi sirviente. Como dice Eckhart Tolle (https://www.casadellibro.com/libro-el-poder-del-ahora-una-guia-para-la-iluminacion-espiritual-6-e-d/9788484452065/1159328) “Su mente es un instrumento, una herramienta. Está ahí para utilizarla en una tarea específica y cuando se termina la tarea, hay que dejarla de lado”. Así, la mente se retira, y yo simplemente sigo existiendo, porque yo no soy mi mente. Yo soy. Yo tengo una mente. 

Sin embargo, en la inmensa mayoría de los seres humanos, se ha producido una identificación total con la mente hasta el punto de confundirla con quien soy. Esta identificación tiene como consecuencia la inversión de los roles de amo y sirviente. Ahora yo soy el sirviente y mi mente es el amo absoluto, por eso, voy a donde me lleva y hago lo que me dice sin cuestionarle nada. 

La mente está compuesta por los pensamientos, pero también por las emociones que aquéllos generan, y las reacciones que éstas producen. Es decir, la mente domina no sólo mi mundo interno, sino mi relación con el mundo exterior también, con las personas y las situaciones que se me presentan cada día. La mente me dice quién soy y qué tengo que hacer. Será importante saber cuál es el contenido de mi mente, ya que como vemos, condiciona el 100% de mi experiencia de vida. Parece una afirmación exagerada y, sin embargo, es totalmente cierta y precisa.

 Expuesto de una manera muy simple, ocurre que, a lo largo de la vida, las experiencias que se nos presentan y la forma en que lidiamos con ellas, desde muy temprana edad, van conformando un programa mental, un software, que queda instalado en la mente y determina los patrones que van a dominar nuestros pensamientos, emociones y reacciones. Aproximadamente hacia los 35 años ese software está completado y fijado en la mente, pasando por debajo del radar de todo cuestionamiento. Las cosas han pasado a ser como yo las veo, mis juicios sobre ellas son ahora certezas incuestionables, y mis reacciones ante las situaciones se han convertido en la única respuesta admisible y pertinente. Quien no vea las cosas como yo las veo está completamente equivocado. Cuando, después, por cosas de la vida, aquello que hicimos o dijimos nos trae consecuencias indeseadas, o aparenta ser un fracaso, la mente se encargará además de generar el mecanismo del autocastigo a través de la culpa y el pensamiento recurrente de autoflagelación y autocondena.

He pasado a identificarme con todo mi contenido mental, y cualquier cuestionamiento u oposición constituye una amenaza a mi propia identidad. El ego está plenamente conformado y quedamos atrapados en él y condenados a su tiranía. Hemos construido nuestra propia prisión, hemos cerrado la puerta de la celda y hemos tirado la llave a través de los barrotes del ventanuco por el que aun entra un poco de luz, que evitamos mirar, por miedo a quedar ciegos.  

¿Cómo invertir los papeles? ¿Cómo volver a ser el amo? ¿Cómo desenmascarar al carcelero? La respuesta es simple, aunque no sencilla, y la mente nunca nos la va a dar. Intentará jugárnosla echándonos otro hueso que roer, en este caso el de pensar la manera de salir de ella. Sin embargo, ello sería su aniquilación, y la mente quiere seguir teniendo el mando. Por tanto, la respuesta hay que buscarla allí donde está, fuera del reino de la mente. Este es el camino de la autoindagación, para el que una de las herramienta más potente, de hecho la más poderosa que necesitamos en este viaje, es la linterna de la atención.

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