idea versus experiencia

Como ya hemos visto, cuando pasamos casi el 50% del tiempo de vigilia atrapados en una mente divagante, perdemos el contacto con el momento presente. Y esto es así al punto que incluso cuando puede parecernos que somos conscientes y estamos presentes, realmente no es así. 

Estar presente en la experiencia del momento es entregarse a él en total aceptación y sin juicios. Los juicios siempre vienen de la actividad mental, son espontáneos, y tan rápidos que sin darnos cuenta, colocan su pantalla entro nosotros y el momento presente, tal y como se despliega. 

Se dice que vivir en atención plena es experimentar la realidad tal y como se presenta, sin juzgarla. Si te paras a observar en distintos momentos del día seguramente te darás cuenta de la gran cantidad de ideas y propuestas que tu mente te está lanzando para vivir el presente. Esas ideas se interponen entre tú y la experiencia a tiempo real, y todas ellas irremediablemente te alejan del momento presente, del ahora. 

El presente viene siempre desnudo, pero nosotros nos apresuramos a vestirlo rápidamente con aquello que entendemos que el momento necesita para ser vivido, porque la absoluta desnudez y potencialidad del presente resulta abrumadora e inabarcable para la mente inobservada, habituada a juzgar y categorizar todo aquello que encuentra, en función de ideas previamente establecidas. Esas ideas, por ser anteriores al momento presente, no nacen de él, y por tanto, no tienen la capacidad de responder a él. Enfrentarnos a cada instante desde el vacío resulta imposible, y para contrarrestarlo, lo llenamos de todos nuestros contenidos mentales, hasta asegurarnos de que nada nos va a sorprender, nada nos va a tocar ni desequilibrar, y de que tenemos todo bajo control. 

Esta forma de vivir el presente no termina aquí. Cuando, una vez proyectadas nuestras ideas sobre el presente, éste nos desagrada, miramos a nuestro alrededor para encontrar al culpable de nuestra tristeza, o miedo, o ira, o ansiedad, e incluso sufrimiento. Ocurre que buscamos la causa de nuestra experiencia interna en el exterior, allí donde no está, y al no estar, tenemos que asignar nosotros mismos la culpa a algo o alguien. Normalmente elegimos lo que nos queda más cerca. Y si bien es cierto que el comportamiento de otras personas puede ser dañino, y que la mala suerte puede visitarnos en ocasiones, si el deseo de paz y felicidad tiene en nosotros vocación de realidad, antes o después tendremos que asumir la propia responsabilidad de nuestra experiencia. 

Esto es así no solo ante aquello que vivimos como algo desagradable, sino también ante lo que nos genera sensaciones de armonía, felicidad, o paz. La gran diferencia es que en el primer caso nos estamos alejando de nuestro verdadero ser, mientras que, en el segundo, vamos directamente al encuentro con nuestra esencia. Es decir, aquello que percibimos ahí fuera como causa de nuestra felicidad, es simplemente la manera que te ofrece la vida en ese momento de reconectar con tu ser más esencial, que vive en el reino de lo real. Somos paz, somos armonía, somos amor. Aléjate de ello y encontrarás sufrimiento antes o después. No lo digo yo, sólo lo vivo y lo observo. 

El ahora desnudo es la expresión a tiempo real de la vida en su ilimitada abundancia. Todo existe en potencialidad en el ahora. La realidad de sus ilimitadas oportunidades está viva, pero nosotros la matamos, momento a momento, delimitándolas con nuestros juicios, que no son sino prisiones para el ahora, en las que nos parece estar a salvo, seguros en nuestra idea de que las cosas son como yo quiero, necesito y entiendo que tienen que ser. 

La mente en este punto pregunta ¿Cómo hago para no juzgar y vivir el presente? El ego suele funcionar así: detecta un problema y quiere una solución. Así, tema zanjado y a otra cosa. Pero como ya sabemos, no es tan fácil. No podemos deshacernos de los juicios. Tal vez los monjes budistas o zen mejor entrenados desde su infancia estén libres de juicios, no lo sé. El resto de los mortales somos bombardeados por ellos sin tregua. Como siempre, la respuesta es la misma: silencio y observación. Tómate un momento, hazte consciente de cada juicio según surge, obsérvalo, cuestiónalo, y decide en libertad y a tiempo real qué hacer con él. Si te aleja del momento presente lo más sabio será agradecerle sus servicios, dejarle ir y exponerte a la abundancia del momento. 

Para poder observar las ideas según surgen, necesitamos entrenar la capacidad de observación cada día. Esto nos lleva de vuelta al silencio, al enfoque de la atención, a la respiración, a la consciencia del cuerpo. Como decía un maestro espiritual que seguí durante un tiempo: vosotros tenéis muchas preguntas, pero mi respuesta siempre es la misma. Y en realidad, creo que la pregunta es también siempre la misma. Dejemos que pregunta y respuesta se encuentren.

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