inhalar, exhalar…

Somos energía, todo es energía. Necesitamos energía para todo, antes que nada, para estar vivos. La energía entra en nuestro cuerpo a través de la respiración, que lleva el aire cargado de oxígeno a los pulmones y de ahí lo distribuye por todo el cuerpo a través del torrente sanguíneo. Las células morirían sin la energía que les aporta el oxígeno y no podrían hacer el milagro de mantenernos con vida.

Realizamos unas 21.000 inspiraciones cada día, esto es, 21.000 milagros ocurriendo todos los días sin que nos demos cuenta de ello, inmersos como estamos en nuestras circunstancias que atrapan toda nuestra atención. Y mientras, la vida respirándonos sin parar, sin pedir nada a cambio, siendo pacientemente ignorada en cada uno de sus pequeños milagros.

Somos energía, somos cuerpo, somos mente, somos espíritu, y todo ello se conecta a través de la respiración. Por eso se dice que la respiración es la bisagra entre todas las dimensiones humanas. Es la única función autónoma del organismo que puede ser alterada por la voluntad. Une pues, lo inconsciente con lo consciente. Nos da 21.000 oportunidades de vida inconsciente cada día, e infinitas oportunidades de hacernos conscientes a cada momento.

Podemos ver cómo respiramos vida y la vida nos respira. Somos respirados por ella en una danza perfecta, en la que cada inhalación y cada exhalación son una pirueta en la pista de baile universal, y todo ello forma la danza más asombrosa, misteriosa y bella que podemos imaginar.

Poner consciencia en la respiración tiene el poder de traernos al momento presente como ninguna otra cosa puede hacerlo. Observar cómo el aire entra por la nariz, baja por la garganta, llena los pulmones y expande el abdomen, para volver a hacer el camino de vuelta hacia la nariz y salir cálidamente, nos brinda siempre la oportunidad de experimentar el presente, aclarar los pensamientos, ordenarlos, y tomar perspectiva. Nos calma en situaciones de tensión, apacigua los miedos, nos da alivio en la tristeza, nos recupera del esfuerzo y del llanto. La respiración consciente trae el silencio a la mente y la quietud al cuerpo, que nos permiten observar y observarnos, sin identificarnos con lo observado, sin perdernos en ello. La respiración sostiene la perseverancia. Respirando en atención nos hacemos conscientes de la actividad mental compulsiva, y esta mera consciencia de ella la interrumpe, creando un oasis de percepción, que, aunque fugaz, nos recuerda que hay otro lugar en el que habitar y descansar.

Puedes empezar la práctica de la respiración consciente en cualquier momento, en cualquier lugar. Sentada en silencio en un lugar tranquilo de tu casa, o en la oficina, andando por la calle, esperando el autobús, o esperando en una cola. De hecho, aprovechar los tiempos de espera para practicar la respiración consciente es una gran oportunidad de convertir un tiempo aparentemente malgastado en un momento de conexión profunda contigo mismo. Cuando llegue tu turno sentirás un profundo agradecimiento.

Porque esos son los lugares a los que la práctica de la respiración consciente nos va llevando irremediablemente: el agradecimiento, la compasión, la pasión, la libertad, la paz, el amor. Diría que los mejores lugares en los que vivir esta única, irrepetible y finita experiencia física.

¡GRACIAS POR TU TIEMPO!

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