La libertad de no desear

Mis días empiezan temprano. El despertador del móvil suena a las 6.30, pero él y yo tenemos un acuerdo: yo le escucho, toco en el botón snooze (dormitar) y él me da 9 minutos más para salir del sueño y entrar en el estado de vigilia suavemente, dulcemente, sin prisa. Yo se lo agradezco mucho. De hecho, eso es lo primero que hago cuando voy retomando la consciencia de dónde estoy, quién soy hoy y quién fui ayer: agradecer. Sonrío y agradezco mi descanso, el amanecer, el ruido que entra desde la calle (me encanta dormir con la ventana abierta y escuchar la vida fuera), las oportunidades que se acercan a mí irremediablemente, la excitación de comenzar un nuevo día, las personas con las que voy a compartirlo, aquéllas con las que compartí días ya pasados, y aquéllas que llegarán cuando lleguen.

Todo en mi vida es perfecto, y no necesito que sea de ninguna otra manera. Todo lo que necesito, lo tengo, y lo que no tengo no lo necesito. Es obvio, si lo necesitara ya lo tendría. Darme cuenta de esto fue un hito, uno de esos progresos que no tienen marcha atrás. He observado que hay progresos con marcha atrás, y otros que no. Un día te das cuenta de algo, percibes una idea que te sobrevolaba, pero no acabas de integrarla y se te escapa. Entonces simplemente confías en que volverá. Suelen volver antes o después, y cada vez vienen cargadas de mayor certeza, mayor claridad, mayor paz. Acaban quedándose y acompañándote. Sin embargo, la consciencia de que no necesito tener nada que no tengo ya, desplegó toda su certeza de una sola vez, y con ella la confianza en la perfección de todo, hasta aquello que nos aparece imperfecto. Como mi vida. Como la tuya.

Lo imperfecto sólo está en los ojos de quien mira. Ocurre que solemos mirar desde una perspectiva muy pequeñita, muy acotada, muy escasa, muy condicionada, muy personal. Y nos dejamos mucho fuera de nuestro enfoque. El universo nos lleva unos cuantos miles de millones de años de ventaja, y sin embargo la mayoría de las veces creemos saber mejor que él cómo debería ser la vida, y nos incomodamos cuando no responde a nuestros deseos, aspiraciones, necesidades, sueños y de más constructos mentales a los que vestimos de felicidad.

Recuerdo desear con mucha intensidad que algo pasara. Algo que me devolvería de manera inmediata mi idea de felicidad perdida. Recuerdo la absoluta convicción de que aquello y sólo aquello era lo que necesitaba para dejar de sentir esa permanente opresión en el pecho que no me dejaba respirar. Recuerdo la súplica por aquello que pusiera fin a la desesperación, la profunda nostalgia, la insoportable tristeza que me acompañaban a todas partes. Recuerdo razonar con la vida y explicarle que era algo sencillo que yo merecía y no veía motivo alguno para no obtener algo tan simple y tan fácil de conseguir para la sabia vida. Recuerdo empezar a pensar que si la vida no me lo daba tal vez era que no lo merecía, o que la vida venía con retraso y sólo tenía que tener más paciencia, o negociar mejor. No podía siquiera contemplar la posibilidad de que la vida ya me estaba dando aquello que necesitaba, solo que no coincidía con lo que yo creía necesitar.

He observado que las cosas de la vida tienen sus tiempos, y las cosas de la vida lo saben, aunque yo no lo sepa. Mirando atrás, todo toma sentido, es como ver un tapiz del revés, ver todos los nudos y los hilos unos sobre los otros, para después darle la vuelta y ver la belleza y perfección del dibujo, nítidamente, lleno de color, matices, y detalles que pasaron desapercibidos.

Del mismo modo no tengo nada que no necesito, todo viene a mí porque le corresponde venir, en su momento y en su espacio. Rendirse ante esto no es resignarse ni conformarse, es comprender. No hay pelea, no hay lucha, no hay negociación. Hay aceptación sin condiciones. Sí, se me ocurren cosas más fáciles de aceptar que otras, pero el movimiento mental de categorización de sucesos y circunstancias por su nivel de aceptabilidad, me saca del momento, me vuelve a confundir sumergiéndome en las aguas turbulentas de mis deseos y preferencias personales. Me lleva de nuevo al terreno del sufrimiento que se mide por la adecuación o inadecuación de aquello que observo, respecto a lo que yo quiero.

Un movimiento que facilita la aceptación es simplemente dejar de desear. Contra todo pronóstico, la ausencia de deseo no te convierte en un ser apático y gris, sino todo lo contrario. Cuando la percepción no está tintada de deseos y condiciones, todo se aparece más intenso, más brillante, más nuevo y espontáneo, más libre, al no estar sujeto a los límites que la mente impone a la percepción. Es como dejar de mirar por un agujerito, para ver el paisaje extenderse en todas direcciones.

Ese es mi deseo para ti, que sueltes todo deseo, como yo suelto el mío ahora mismo.

¡GRACIAS POR TU TIEMPO!

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