Sobre la meditacion

Cuanto más frecuento mi territorio interior, el espacio de mi consciencia, más luz encuentro en él, y más brillante es el mundo cuando salgo de él. Saberme sostenida en todo momento me da la libertad de vivir mi vida ahí fuera de manera honesta, abierta, sin miedo. No es lo mismo experimentar el mundo sabiendo quién eres que esperando que los demás te lo revelen. Cuando la vida aquí dentro es fértil, la vida ahí fuera se convierte en puro goce, pura oportunidad, pura experimentación, pura creación. No es que no existan la tristeza, la ira o el dolor, sino que las vivo como una manifestación de la abundancia y riqueza que todo ser humano es capaz de experimentar. Estar triste cuando hay motivos para ello, y conectar con esa tristeza para recibir su mensaje y permitirle cumplir su ciclo de energía sanadora, es un privilegio humano, como lo es la alegría ante lo que nos conecta con la felicidad, o la ira cuando ante un ataque necesitamos poner límites. Todo ello es parte de la dualidad humana, y vivirlo desde la consciencia es la mayor aventura que se nos ofrece como seres encarnados. La vida dentro es la que debemos cultivar antes y siempre, y cuando lo hacemos, la vida fuera es el laboratorio de la experimentación, el trabajo de campo para el propósito de nuestra alma.

La meditación es el baile que bailo en mi consciencia, me dejo llevar por la música del silencio, y aunque no siempre llevo bien el ritmo, cuando ocurre el milagro, me adentro más y más y hay veces que no quiero dejar de bailar. Lo mejor es cuando al salir de la meditación, me llevo la música conmigo. Entonces no es posible vivir una vida que no sea la mía, ni navegar en un océano que no sea el propio, y mucho menos naufragar en él, como diría Pablo D’Ors. Me gusta compartir la música con las personas que están en mi vida, no todas quieren bailar, pero cada vez observo a más gente que me acompaña y bailar con ellos es lo mejor que puede ocurrir en la vida ahí fuera. Contemplar a otra persona mientras es llamada por su yo interior, invitada a su propia consciencia, y se adentra en ella, es una experiencia difícil de poner en palabras. Me siento privilegiada, feliz, plena, consciente, ahí fuera, y sobre todo aquí dentro.

Me maravilla cada toma de conciencia, cada darme cuenta, cada descubrimiento, cada comprensión que viene de arriba y cae muy adentro, y de repente arroja luz donde había oscuridad, y en esa luz todo se recoloca, encuentra un nuevo lugar y dibuja un paisaje cada vez más bello y más luminoso. La llamada del silencio se hace cada vez más fuerte, si es que eso es posible, y no puedes no atenderla por más tiempo. A la meditación se llega cuando se llega, ni antes ni después. Como llegamos a cada cosa en la vida. Todo tiene un tiempo, un momento, un ritmo, una carencia. Es la vida la que lo marca, y yo solo puedo seguirla y abrir mis brazos para recibir. Cuando lo hago, no estoy atrapada en el deseo ni en la necesidad, sino entregada al flujo de perfección, del que soy parte. Es entonces cuando me convierto en la creadora de mi propia experiencia, porque no me enfrento a la vida, no me resisto, sino que me uno a ella en su baile perfecto.

Hay quien piensa que vivir así es resignarse a aquello que a cada persona le toque, sin hacer nada al respecto, conformándose y cerrando los ojos ante los problemas en un infantil empeño en concentrarse en la parte positiva que todo suceso contiene, si uno se esfuerza mucho por encontrarla. Nada más lejos de la realidad. Vivir así es ser libre de los juicios sobre lo que es positivo o negativo, y mirar sólo a lo que hay, conectando con cada instante y lo que emerge de él. Es no interpretar la vida y establecer estrategias para acomodarla a mis intereses y objetivos, sino abandonar todo interés y objetivo y tomar lo que la vida me da, que siempre supera con gran amplitud aquello que yo me atrevo a pedirle desde mi diminuto autoconcepto de ser humano limitado y sometido.

Adentrarme en el espacio de meditación me da acceso a mi verdadero yo y desde ahí puedo romper las cadenas de mi mente, tirar los muros de mi celda, acceder a las siguientes pantallas en este videojuego eterno, en el que voy desbloqueando más vidas, nuevos parajes, nuevas herramientas, nuevas habilidades, que estaban configuradas desde un principio, pero que no podía encontrar porque estaba demasiado ocupada matando monstruos.

Lo único que hay entre lo real, aquello que es, y lo que no es y nunca va a ser, es un salto de fe. En algún punto por fin decidimos lanzarnos al vacío y nos sorprendemos al ver que, en lugar de caer con todo el peso de nuestro sufrimiento, hastío, miedo, ira, o lo que carguemos a la espalda, nos sentimos sostenidos por algo desconocido, indescriptible, invisible, que nos impulsa hacia arriba, despacio, con suavidad, con sutileza, amorosamente, compasivamente, eternamente. Se puede acceder al espacio de lo real sin salto al vacío, lo cierto es que se puede acceder a este espacio desde cualquier punto y en cualquier momento, porque siempre está ahí, es lo que cada uno de nosotros es y lo que somos todos, lo que incluye todo, lo que es, y lo que no es, y no siendo, también es y está incluido en ese espacio. Allí nos encontramos todos.

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